Una de las herramientas de formación y reflexión que utilizo en este emocionante y enriquecedor camino como profesor E/LE es el diario de clase o de aprendizaje. A decir verdad, todo comenzó no hace mucho, allá por el año 2007 cuando me matriculé en el master en enseñanza del español como lengua extranjera de la Universitat de Barcelona IL3. En esta entrada me gustaría hablar de la breve experiencia que tengo con dicha herramienta de reflexión.
El primer aspecto con el que me topé fue la dificultad de utilizarlo con constancia y perseverancia. Me tuve que imponer unos 10 minutos al terminar cada clase para escribir las observaciones y reflexiones sobre el desarrollo de la clase. A medida que iban pasando los días y las semanas me daba cuenta de la utilidad de poner todo por escrito. Siendo sincero, he de decir que pocas veces he vuelto a leer lo que escribía, pero el hecho de poner por escrito observaciones y reflexiones de cualquier tipo me ha ayudado a ser más receptivo y analítico durante las clases.
Desde mi punto de vista y con mi experiencia, creo que estos son los aspectos que se fomentan con el uso del diario de clase. Así, estoy convencido de que un uso constante y eficaz de esta herramienta potencia una visión más amplia y crítica de todo lo que ocurre en el aula: nuestra actuación, el paso de una actividad a otra, la atención de los alumnos, el por qué de una disminución del interés o del aumento del mismo, dónde has metido la pata, unas buenas o malas instrucciones, el tiempo dedicado a una actividad, el volumen de la música, la modalidad de trabajo, el uso excesivo del turno de habla…hasta qué alumno trabaja bien o mal con fulanito o menganito. En fin, esta manía obsesiva por analizar lo que ocurre es una deformación profesional que el diario de clase potencia notablemente.
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